jueves, 4 de abril de 2013

EL PLAGIO DEL POETA

No fui amigo de él. Ni siquiera fui un íntimo colaborador o un empleado de confianza. (Tomo conciencia que nunca he sido empleado de confianza. Los jefes siempre han sospechado de mi. Parece una sensación recíproca.)  Pero trabajé varios años en la UNEAC -Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba- y participé en muchas actividades donde Nicolás Guillén era el centro de atención pues era el Presidente vitalicio de la institución.

Nicolás Cristóbal Guillén Batista (l902-l989). Reconocido en su país,  admirado y querido por un pueblo que lo saluda y lo trata en la calle con la familiaridad de un vecino, Guillén era recibido en Jacmel y Caracas, en Panamá y Buenos Aires, en Moscú y Puerto Rico, en Barcelona y Santo Domingo, en Motevideo y Bogotá, en Varna y Managua, en Praga y Yucatán. Su poesía y él se hicieron universales.

Pero él había nacido en Camaguey y amaba entrañablemente a su ciudad de pastores y sombreros. "Oh, Camaguey legendario con tus calles empedradas..." dice en su  Elegía Camagueyana. 

 Comía casabe de yuca cada día. Estoy seguro de que Nicolás era uno de los únicos quince cubanos que comían casabe en Cuba, ese pan indio que  no sabe a nada y que es un acompañamiento bueno para todas las comidas. Le traían el casabe de Camaguey.

Nunca le escuché decir una "mala palabra". El coño, consustancial al cubano, jamás estuvo en boca del poeta. Era un caballero  español del siglo XVIII o XIX.

Amaba a la mujer, a todas. Era galante. Practicaba el estado perfecto del hombre, según mi abuelo paterno, "Todo hombre que se respete debe tener su esposa y su amante", decía Don Pepe, mi abuelo. Y Nicolás practicaba con ventaja esta filosofía: Rosa era su esposa, con ella visitaba de noche La Bodeguita del Medio. Sara, era su amante, su secretaria, su confidente, con ella almorzaba en La Bodeguita del Medio y permanecía allí hasta las cinco o las seis de la tarde.

 

"¡De qué callada manera

se me adentra usted sonriendo,

como si fuera la primavera!

¡Yo, muriendo!

 

Y de que modo sutil

me derramó en la camisa 

todas las flores de Abril

 

¿Quién le dijo que yo era

risa siempre, nunca llanto,

como si fuese la primavera? 

¡No soy tanto!


En cambio, ¡Qué espiritual

que usted me brinde una rosa

de su rosal principal!


De qué callada manera

se me adentra usted sonriendo, 

como si fuera la primavera

¡Yo, muriendo!


Busquen en Google  a Pablito Milanés y exíjanle que les cante esta deliciosa canción. La letra es de un mulato y la música y la voz de otro mulato, dos mulatos geniales.


Recuerdo al Maestro, en su despacho, en tertulia con Raúl Rivero, Sara, su amante y secretaria  y amiga

hasta la muerte, Wichy el Rojo, el poeta muerto sin permiso, y los muy discretos tragos de ron. Surgían epigramas cortantes, improvisaciones repentinas, anécdotas. Sí, mi Dios, recuerdo esas tertulias.


Virgen de la Caridad

que desde un peñón de Cobre

esperanzas das al pobre

y al rico seguridad

 

En tu infinita bondad

madre, yo siempre creí

por eso te pido ahora

des al rico la esperanza

y la seguridad, a mí.

 

O cuando hacía burla de la corta luz intelectual del genio danzante cubano

 

Ese bailarín que ves

tiene una rara destreza

deshace con la cabeza

lo que hace con los pies.

 

A pesar de que era comunista desde su mas temprana juventud, siempre fue creyente al estilo cubano, una mezcla de catolicismo con santería sin olvidar los principios masónicos.

Era racista el Maestro.  Enalteció a su raza en inolvidables versos. Le encantaba  recordarle a esos camagueyanos orgullosos y burgueses que todos tenían un abuelo negro en la panoplia familiar.

"Lo cubano, decía, es la conmistión de las dos fuerzas sociales que vinieron a América, a partir del Siglo XV, una de Africa y otra de Europa. Aunque a decir verdad una de esas fuerzas, la africana, no vino por su propia voluntad; fue traída del peor modo y con una absoluta falta de cortesía." 

 

En el libro Estrictamente Personal, que escribimos a cuatro  pies el poeta Raúl Rivero y yo, Nicolás respondió todas las preguntas del cuestionario y nos ayudó llamando a varias luminarias cubanas que

no nos querían recibir y mucho menos responder el cuestionario bastante iconoclasta que habíamos ideado el Gordo y yo.

 

Es en este libro donde  aparece el famoso epitafio que nunca han  colocado en su tumba: "AQUÍ ESTOY,  LAMENTO HABERLOS HECHO ESPERAR TANTO TIEMPO."


Tengo el placer de confesar aqui que Nicolás Guillén me dedicó una composición poética:


Moya, por hados fatales

o por incidencias raras

me hacen ser en Santa Clara

enfermero de animales.

Pero como tú te vales

de sátiras contra mi,

manda animales que aquí

los curaré sin demora

hasta que llegue la hora

de hacerte un remedio a ti.



Por mucho tiempo, años, todos mis amigos conocían de esta distinción muy, pero muy especial que no podían exhibir ni sus amigos íntimos.

Pasó el tiempo y pasó, un águila sobre el mar, como dijo Martí, y el Maestro Guillén se enfermó gravemente. Los miércoles tenía yo guardia toda la noche cuidándolo en el hospital.

Las operaciones, la edad, la anestesia general casi acaban con la poderosa mente del poeta. Cuando

divagaba me enteraba yo de interioridades impublicables de muchos de los grandes de mi país y de otros países. Nicolás había viajado mucho. Vivió tres o cuatro años en París. Fui amigo y enemigo de los mas grandes intelectuales de su época. Cuando trabajaba bien su cerebro me hacía cuentos y me narraba anécdotas encantadoras.  Secaba yo las lágrimas del hombre que padecía la impotencia que provoca la senectud.

Una noche, allá por las tres de la madrugada, conversando de naderías y comiendo chicharrones de puerco, el poeta me confesó que la composición dedicada por él a mi, presuntamente original, era un plagio. La décima había sido escrita por Plácido, poeta mulato de Matanzas, ejecutado por los españoles

luego de haberlo acusado de pertenecer a una conspiración separatista. 

Para los que no lo conozcan, Gabriel de la Concepción Valdés, Plácido, fue un gran versificador y un polemista victorioso siempre en los juegos florales  poéticos de la época colonial.

Pero esa es otra historia.

La de ahora, es la historia de este plagio divino que el inmortal poeta Nicolas Guillén compartió conmigo y yo comparto con ustedes.

Las confesiones e interioridades de las grandes luminarias literarias y políticas que conocí por boca del Maestro enfermo, las tengo escritas y se publicarán luego de mi muerte. 

PERDONEN QUE LOS HAGA ESPERAR TANTO.



moya/2013

Valencia































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