martes, 26 de marzo de 2013

ASÍ ES LA CENTELLA DE LA GUERRA






    
Juan Bruno Zayas, médico, natural de la barriada del Cerro, en La Habana, se levantó en armas en 1895 contra el poder Español. Se unió a Máximo Gómez y a Antonio Maceo. Combatió dos años. Aproximadamente unos 450 combates. Alcanzó el grado de General. Tenía al morir 28 años. Se cree que fue traicionado por un guía que lo llevó a una emboscada.

 Esta es, en síntesis brutal, la historia del general más joven de las guerras cubanas.


 Juan Bruno Zayas era médico. En la provincia de Las Villas, ejerció la profesión. Su familia fue una familia de dinero.


 Cuenta un condiscípulo que cuando veía la foto de Juan Bruno en los periódicos de la época —donde  le  acusaban de gran forajido, ladrón, asesino, traidor- siempre se preguntó cómo podía ser cierto que fuera la misma persona. “En la Universidad parecía tonto, casi bobo, desgarbado. Estábamos convencidos que no podía matar una mosca”.  Así es la centella de la guerra.


 No sabía el condiscípulo que así es la centella de la guerra. Toca la frente de los inocentes. Hace parir héroes a las piedras.


 Si un condiscípulo se sorprendía de la actuación sorpresiva del joven médico del Cerro, imaginemos a sus familiares. Nunca lograron entender al guerrillero. Las familias y los amigos nunca logran entender por qué soñamos.


 Kilogramos pesan las cartas de su madre y sus hermanos pidiéndole que se presente al mando Español, que se entregue y regrese a la casa, que vuelva a los desayunos familiares.


 Juan Bruno es firme en su trayectoria hacia la gloria. Pero es dulce y cariñoso en su firmeza. Responde a  la madre, “Usted sabrá perdonarme todos mis dolores, que son los suyos, pero no debe faltar a su palabra un hijo suyo”. Escribe a toda la parentela sin reproches, ofreciendo disculpas que no debe. Y Juan bruno combate.


 Combate todos los días, como un obrero de la guerra. Su campamento se levanta al amanecer. Cabalgan sus hombres en apoyo de Máximo Gómez o de Antonio Maceo. Rodean una tropa enemiga. Administran hasta el último cartucho. Dan, modestamente, una carga al machete. Junto al sol, se retiran a otro campamento y hacen noche. Así durante más de dos años.


 Imaginen ustedes, que cuando se inicia la Guerra del 95 Juan Bruno Zayas es un desconocido. Sale al combate acompañando a los viejos coroneles y generales de la guerra del 68. Es un joven médico desgarbado, mal jinete, de levitón estrafalario que entra al combate “con la destreza de un veterano y la valentía de un centauro”, dice de él Pedro Pérez, Habanero muy distinguido y buen combatiente de esa guerra terrible que se llevó a Martí, que se llevó a Maceo, que llevó a la  gloria de mi país. Llegamos al Siglo XX sin gloria.


Combatiendo en esa guerra maldita  construyó su leyenda de hombre diferente el Dr. Juan Bruno Zayas.


 Cuando el combate termina Juan Bruno guarda el machete y toma el bisturí. La madrugada lo sorprendía curando heridos, repartiendo palabras de aliento. Cortando pedazos de héroes adormecidos por el cloroformo.


 Si había un breve período de paz, montaba un hospitalito improvisado y daba consultas para los campesinos de la zona.


Campesinos que lo conocían muy bien, pues él había ejercido como médico en el departamento de Las Villas durante años. Casi seguro preparando su futuro alzamiento contra España.


 Ese es el hombre que matan a los 28 años con los grados de General del ejército Mambí. Más de cuatrocientos cincuenta combates en dos años de guerra.


 Antonio Maceo, el genio militar cubano por excelencia, dijo sobre Juan Bruno: “Es mi sustituto si sucediera una desgracia aquí en Occidente”.


 Pero la desgracia visitó primero a Juan Bruno que a Maceo. Lo mataron en una emboscada en las cercanías de La Habana. Traicionado por un vil guía de partida.


 Y entonces, si tantas veces buscó la muerte, me pegunto: ¿por qué asombrarse con la presencia de la solicitada?


Me digo y les digo: Uno no se asombra por la llegada del final; uno no se asombra de la muerte inevitable del enemigo. Uno se asombra porque sabe que la muerte es simple, tonta, inescrupulosa, socarrona, y sin embargo, tiene la facultad temible de elegir a los buenos.


 ¡La muerte del bueno!, he ahí por qué nos invade la cólera cuando miramos el viejo daguerrotipo desde donde nos mira un joven de melena larga y ojos pequeños. Ese era el doctor Juan Bruno Zayas, el General más joven que haya surgido en las guerras de mi Patria.


 ¡Dónde está la gloria que lo arropa! ¡Quién canta su inmortalidad olvidada! ¡Qué oreja escucha el rechinar de los machetes o el rasgar del bisturí del Dr. Juan Bruno Zayas!


Moya/1988


La Habana

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