Juan Bruno Zayas, médico, natural
de la barriada del Cerro, en La
Habana, se levantó en armas en 1895 contra el poder Español.
Se unió a Máximo Gómez y a Antonio Maceo. Combatió dos años. Aproximadamente
unos 450 combates. Alcanzó el grado de General. Tenía al morir 28 años. Se cree
que fue traicionado por un guía que lo llevó a una emboscada.
Esta es, en síntesis brutal, la
historia del general más joven de las guerras cubanas.
Juan Bruno Zayas era médico. En la
provincia de Las Villas, ejerció la profesión. Su familia fue una familia de
dinero.
Cuenta un condiscípulo que cuando
veía la foto de Juan Bruno en los periódicos de la época —donde le acusaban de gran forajido, ladrón, asesino,
traidor- siempre se preguntó cómo podía ser cierto que fuera la misma persona.
“En la Universidad
parecía tonto, casi bobo, desgarbado. Estábamos convencidos que no podía matar
una mosca”. Así es la centella de la
guerra.
No sabía el condiscípulo que así es
la centella de la guerra. Toca la frente de los inocentes. Hace parir héroes a
las piedras.
Si un condiscípulo se sorprendía de
la actuación sorpresiva del joven médico del Cerro, imaginemos a sus
familiares. Nunca lograron entender al guerrillero. Las familias y los amigos
nunca logran entender por qué soñamos.
Kilogramos pesan las cartas de su
madre y sus hermanos pidiéndole que se presente al mando Español, que se
entregue y regrese a la casa, que vuelva a los desayunos familiares.
Juan Bruno es firme en su
trayectoria hacia la gloria. Pero es dulce y cariñoso en su firmeza. Responde a
la madre, “Usted sabrá perdonarme todos
mis dolores, que son los suyos, pero no debe faltar a su palabra un hijo suyo”.
Escribe a toda la parentela sin reproches, ofreciendo disculpas que no debe. Y
Juan bruno combate.
Combate todos los días, como un
obrero de la guerra. Su campamento se levanta al amanecer. Cabalgan sus hombres
en apoyo de Máximo Gómez o de Antonio Maceo. Rodean una tropa enemiga.
Administran hasta el último cartucho. Dan, modestamente, una carga al machete.
Junto al sol, se retiran a otro campamento y hacen noche. Así durante más de
dos años.
Imaginen ustedes, que cuando se
inicia la Guerra
del 95 Juan Bruno Zayas es un desconocido. Sale al combate acompañando a los
viejos coroneles y generales de la guerra del 68. Es un joven médico
desgarbado, mal jinete, de levitón estrafalario que entra al combate “con la
destreza de un veterano y la valentía de un centauro”, dice de él Pedro Pérez,
Habanero muy distinguido y buen combatiente de esa guerra terrible que se llevó
a Martí, que se llevó a Maceo, que llevó a la gloria de mi país. Llegamos al Siglo XX sin
gloria.
Combatiendo en esa guerra
maldita construyó su leyenda de hombre
diferente el Dr. Juan Bruno Zayas.
Cuando el combate termina Juan
Bruno guarda el machete y toma el bisturí. La madrugada lo sorprendía curando
heridos, repartiendo palabras de aliento. Cortando pedazos de héroes adormecidos por el cloroformo.
Si había un breve período de paz,
montaba un hospitalito improvisado y daba consultas para los campesinos de la
zona.
Campesinos que lo conocían muy
bien, pues él había ejercido como médico en el departamento de Las Villas
durante años. Casi seguro preparando su futuro alzamiento contra España.
Ese es el hombre que matan a los 28
años con los grados de General del ejército Mambí. Más de cuatrocientos
cincuenta combates en dos años de guerra.
Antonio Maceo, el genio militar
cubano por excelencia, dijo sobre Juan Bruno: “Es mi sustituto si sucediera una
desgracia aquí en Occidente”.
Pero la desgracia visitó primero a
Juan Bruno que a Maceo. Lo mataron en una emboscada en las cercanías de La Habana. Traicionado
por un vil guía de partida.
Y entonces, si tantas veces buscó
la muerte, me pegunto: ¿por qué asombrarse con la presencia de la solicitada?
Me digo y les digo: Uno no se asombra por la llegada
del final; uno no se asombra de la muerte inevitable del enemigo. Uno se
asombra porque sabe que la muerte es simple, tonta, inescrupulosa, socarrona, y
sin embargo, tiene la facultad temible de elegir a los buenos.
¡La muerte del bueno!, he ahí por
qué nos invade la cólera cuando miramos el viejo daguerrotipo desde donde nos
mira un joven de melena larga y ojos pequeños. Ese era el doctor Juan Bruno
Zayas, el General más joven que haya surgido en las guerras de mi Patria.
¡Dónde está la gloria que lo
arropa! ¡Quién canta su inmortalidad olvidada! ¡Qué oreja escucha el rechinar
de los machetes o el rasgar del bisturí del Dr. Juan Bruno Zayas!
Moya/1988
La Habana
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