martes, 4 de marzo de 2014

CRÓNICAS DEL GHETTO (OCHO)


ANATOMÍA DE UNA BARRICADA



Sucedió. Una tranca junto a la barricada de la Mansión del Pan, al final de la Avenida Mañongo. Que puedo hacer? Nada. Me bajo del carro junto a otros choferes.

Nos rodean los muchachos. Algunos vecinos de mayor edad forman parte del grupo. Huele a querosene y a podredumbre. Nos rodean dos motos con policías y cuatro guardias nacionales. Los policías y los guardias nacionales visten chalecos anti balas. Aquí se va armar la bronca y no tengo donde esconderme, me digo y siento miedo.

No hay ambiente de violencia. Parecería una obra de teatro o un picnic. Muchachos acaben de quitar estas vainas. Hagan su protesta en paz y dejen que las personas circulen con sus vehículos, dice el policía que parece jefe. No se bajan de las motos. Las motos son un aditamento de la policía y de los muchachos de la oposición. Las motos son un arma entre las piernas de los extremistas de ambos bandos.

Los guardias nacionales han llegado en un jeep. Recorren la guarimba,  miran, miran, inspeccionan. 

Ahora que escribo, recordando el minuto vivido,  siento el peso del  silencio. Todos miramos en silencio a los guardias nacionales que inspeccionan la barricada.

A la izquierda, junto al muro con el graffiti llamando a la resistencia, un señor pelón y un joven de lentes oscuros se corren y se corren hasta ocultarse detrás de una matas de cariaquito morado. Ya no se ven desde donde estoy. Mucho menos pueden verlos los guardias.

Yo siempre veo. Tengo los ojos grandes y un poco saltones. Mi visión periférica es excepcional.

Los guardias nacionales se montan en el jeep y retrocen y luego se van.

Nosotros estamos cuidando la barricada para que no la abran y siga la protesta que esta protesta también es por ustedes los policías que se arriesgan. Lo de nosotros es contra Maduro y contra el castro comunismo, hablan dos o tres a vez. Hablan hacia los policías, hablan con los policías.  No porten armas, no destrocen las propiedades, protesten y vayan abriendo estas barricadas que mañana venimos con camiones y cargadores frontales y vamos a limpiar  El  Trigal, dice el que parece jefe de los policías. Eso hay que verlo. Gritan voces. Las volvemos a hacer, dicen.

Rugen las motos. Se van los policías. Mi corazón late casi normal. Cruzo la barricada y sé que estoy violando todas las reglas de seguridad y supervivencia. Me late aceleradamente el corazón otra vez.

Modernamente le llaman adrenalina en los programas de cable. Pero no puedo evitarlo. Nunca he podido  reprimirme y hacer lo que hacen las personas lógicas. Voy derecho a la boca del león pero no voy a perder la oportunidad de tocar con la mano el corazón que late. O por lo menos, una parte del corazón que late, porque la otra está lejos, en los barrios y los Consejos populares, pero yo no vivo allí.

Ella es bella. Usa pañuelo con los colores de la bandera venezolana. Está sucia, sudada. Le digo mi amor, yo soy cubano pero llevo mas de treinta años en Venezuela, soy escritor, ¿por qué tú protestas, dónde tú estudias, dónde vives, cuéntame un poco de todas estas cosas para yo poder entenderlas?

Ella ve un gesto agresivo en un muchachón metrosexual que nos aborda. Déjalo es un señor que lleva muchos años aquí y es anticastrista y me ha hecho dos o tres preguntas. Qué bella ella que me salva.

Soy estudiante de tercero de ingeniería en la UC y vivo en la calle Aries, a dos cuadras de aquí, en la quinta Andreina.  No hay qué comer, nos mata la inseguridad, no hay libertad, esto es una tiranía, el chavismo ha regalado miles de millones de dólares y otros miles  de millones se los han robado y mi pueblo pasa trabajo...

Esa es su bandera de lucha. Yo me sé el libreto completo y la dejo que hable y que la interrumpan sus amigos. Una señora trae agua y la reparte. Reparten también refrescos y me brindan. Los que se habían escondido tras las matas de cariaquito morado vienen y se sientan sobre una lavadora vieja, oxidada, que refuerza una parte de la barricada. Uno de ellos está armado. Sus ojos y sus movimientos también están armados.

Los dirigentes del movimiento han declarado por radio y televisión que deben quitarse las barricadas y las guarimbas. Son una cuerda de traidores. Se están enchufando con Maduro el único con vergüenza es Leopoldo, me responden.

Ya estos son independientes. Tienen una revolución particular. En los barrios, en los llanos y los pueblos de  la amazonia están  los otros, los que creen en el chavismo, los que han sido beneficiados por las misiones.

Se escuchan explosiones. Los coñoemadre vuelven con las bombas lacrimógenas, busquen el vinagre y los pañuelos.  Vamos para el puente de la autopista, dice el metrosexual. Dos parejas montan en sus motos y se alejan.

Es muy triste lo que percibo. Hay dos bandos, bandos muy definidos. La guerra civil en Venezuela no es un escenario improbable. Hace muchos días que vienen ensayando ambos contendientes. 

Tras estos promontorios de ramas de árboles, bolsas de basura, muebles viejos, escombros, partes y piezas de automóviles, guayas de acero, letreros escritos con caligrafía dudosa y chorrerones de tinta y pintura, esta uno de los bandos. Al otro lado  de las barricadas se abroquelan los miembros del bando contrario.

Ambos grupos tienen experiencia, se han entrenado, han vertido sangre, han alimentado su cólera.

Mas explosiones. La muchacha bella del pañuelo con los colores de la bandera da la orden de que nos abran un espacio mínimo para que los cinco carros que no nos hemos devuelto pasemos hacia nuestras casas. Disparos y sirenas.

Bajo el vidrio cuando cruzo junto a ella. Ella, la bella, me mira y sonríe. Explosiones. Cuídate mija, le digo. Acelero y pienso en los míos.

Mientras me alejo recuerdo los disparos en la emboscada en la casa de Enrique Fuentes, cuando la Campaña de Alfabetización. Yo era alfabetizador. Vivía en casa de Enrique. El era presidente de los pequeños propietarios. Nos disparaban desde un palmar. Nos odiaban. Era diciembre muy frío y Enrique con su escopeta calibre 16,  y yo con mi ametralladora Raicing, inglesa, calibre 45,  disparábamos alegremente.

 Dos horas antes mi padre me había visitado, y al marcharse me había abrazado, fuerte, y me había dicho, cuídate  mijo.

 

moya

valencia

2014

 

 

 

 










 

































1 comentario:

  1. HOLA ROGERIO, UN DIA MAS LEO TU CRONICA Y RECORRO DE TRAS DE TI VIVIENDO LAS EMOCIONES DE TUS VIVENCIAS POR NUESTRO BARRIO DE MAÑONGO.
    RECUERDO A LOS MIOS EN VALENCIA SIN PODER ESTAR CON ELLOS EN ESTA LUCHA POR RECUPERAR LA LIBERTAD Y LA ANSIADA PAZ PARA NUESTRA VENEZUELA. CUIDATE
    UN ABRAZO GRANDE

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