jueves, 27 de marzo de 2014

CRÓNICA DOLOROSA Y VIEJA (FUERA DEL GHETTO VEINTE)


TODA EDAD SIRVE PARA LA MUERTE


Ayer nos dijo que tenía que llevar a su hermana mayor a Calabozo. Calabozo está lejos de Valencia. Es una ciudad enclavada en el fondo de la República Bolivariana de Venezuela.

Hermano, le dijimos,  son muchas horas de carretera, hay mucha revoltura, un peligro infinito es el viaje que quieres dar, convence a tu hermana que espere unos días. 

Se fue al encuentro de la muerte. Derechito a la  eternidad camina el pobre humano cuando le toca. Una alcabala de la Guardia Nacional, dos camionetas de piqueteros que intentaban detener el tráfico de la autopista, se discute, crece el calor y llega la violencia. 

 

El auto del amigo y una buceta llena de pasajeros quedan en medio de la disputa. Una bomba lacrimógena, perdigones, pistolas ocultas disparan contra la tarde clara y una bala oscurece para siempre el brillo cansado de los ojos de Antonio, el gallego,  que cargaba con su hermana rumbo a Calabozo.

 Muerto otro muerto. Este muerto es mio. Los muertos que le matan a uno el día impropio, la tarde inmediata, son muertos muy tristes, tan tristes que su angustia nos corta el aire y sentimos que nos ahogamos.

 En mi celular de palo me escriben un mensaje. En Barquisimeto le pegaron candela a un CDI. Una vecina del establecimiento de salud patea  las puerta y grita. Rompen vidrios de las ventanas y se despierta al residencial entero. Son las tres de la mañana. Los médicos, las enfermeras, los pacientes  ya no duermen. 

Se quema parte de la instalación. Desordenadamente, oportunamente logran evacuar a todo el personal y no hay heridos.

En los últimos tres días han quemado una sede universitaria, decenas de ómnibus de transporte  estudiantil, una gandola de gasolina junto a mi hijo Rogito que se salva de vaina, porque no le tocaba.

Ayer un sin alma mató a una señora con siete meses de gestación que se escondía en una acera, junto a otras personas inocentes, que trataban de evitar la plomamentazón que había surgido entre oficialistas y opositores.

 Yo no tengo experiencia que me ayude a soportar el rostro de la muerte inocente. Toda mi juventud y mi primera madurez transcurrieron inmersas en un mar de violencia. Íntimamente nos llenaba de orgullo saber que estábamos fajaos contra los americanos.  Nosotros éramos David, ellos eran Goliat. Ellos eran los asesinos  de Conrado Benítez y Lantigua,  nosotros éramos maestros y milicianos.

Cuando Girón hubo muertes de inocentes, pero fueron mis inocentes y los invasores eran los matarifes que destrozaron la madrugada de la Ciénaga de Zapata.

En esta guerra  --he dicho la palabra prohibida-- los inocentes donan más sangre que los implicados. Primero no me gustaba que estudiantes estuvieran luchando contra policías y guardias vestidos de un amarillo parecido al otro amarillo de mi niñez y primera juventud. 

Los estudiantes de mi memoria bajan la Escalinata de la Universidad y son agredidos salvajemente por los policías azules y gordos de Batista.

En la acera, sosteniendo su pierna herida, Camilo mira al futuro y entra en la historia de mi Patria.

 Ha pasado un mes de lucha. La ceniza de los incendios flota en la atmósfera de Valencia y otras diez ciudades de Venezuela. Los estudiantes han sido sustituidos, poco a poco por pistoleros organizados y mal dirigidos. Esta guerra ha perdido su inocencia. Quemar un CDI repleto de amor, en la madrugada, ensucia toda inocencia.

Será que me tocaron la sangre buena y martiana de mi gente isleña. Ellos no saben que un león de melena brillante acecha desde la entrada de la cueva. Dentro duerme la hembra, descansan los cachorros. Les conviene cazar en otra sabana, junto a otro río.

 

Los que visitan la selva deben saber que toda edad sirve para la muerte.



moya

valencia

2014































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