jueves, 25 de julio de 2013

CANCIÓN ANTE UN CADÁVER CASUAL



AL HOMBRE QUE FUE JOSÉ AFRODICIO CERVANTES VÁZQUEZ. 

AL CADÁVER QUE ES.



Este hombre ha muerto.

Que pena derrumba su  importancia traicionado como está sobre su muerte cierta.

Este hombre gestionaba un aneurisma

para dejar el escenario donde actuaba

como una marioneta.

Es una traición que se haya muerto

en la butaca del espectador

reclinado en la nuca su cerebro tranquilo

sin decir su último bocadillo con la vida.

 

Estaba perfectamente dormido cuando murió

este que traicionó su voluntad

(Los traicionados pierden --por eso es derrumbante la traición-- el derecho a organizar

su propio desmoronamiento.)  

 

No ha quedado una marca

una seña segura de su viaje sencillo

a la butaca de descanso.

No ha quedado una señal

un recuerdo seguro

de la costumbre de un hombre

que ejercitaba su gimnasia 

su largo descanso de cadáver.


Porque admiro su cuerpo ciertamente rígido

sobre la butaca donde ha quedado muerto

sin despertar de su letargo vespertino

es que cuestiono mi tristeza emparentada

con todos los hombres de la tierra

que no dejan de estremecerse

una y otra vez

ante un cadáver.

 

Pudo ser un potro salvaje adormecido

su cerebro dormido.

Quedó exigiendo una continuidad de centella

una perfumadísima revolución inconclusa

que no pasó de ser un acto clandestino

despidiendo la luz de una ventana.

 

Se me deshace este hermano que ya no tengo.

Es mentira la cruel tranquilidad de este hombre quieto.

No se puede llegar hasta él,

aislado como una margarita de cristal,

incomunicado como el perdón,

olvidado como la misericordia.

 

Quiero tocar su inmensa luz

en combate tremendo interminable

contra la oscura sombra que lo envuelve.


Su silencio decapitado de errabundo

Su soledad de amante inédito y confuso.

Su olvido de todos los recuerdos.

Su nada tonta y larga

infinita repetición de la nostalgia.

 

Fuera de mi imaginación él es un cuerpo 

que no canta agradecido una canción

ni besa al mundo complacido

 

Estoy seguro de que este hombre muerto

mientras dormía frente a la tarde clara de su ventana

no se prolongará mas allá de su último sueño material.

 

La memoria construye la imaginación

y este cuerpo no podrá crear nunca podrá

porque no puede imaginarse una memoria

 

Tal ve,  en un esfuerzo por robarle a la nada

un derecho irreverente y riesgoso

 clandestinando una actitud rebelde,

entre sueño y vigilia,

en completo guerrear de suspicacias,

haya pensado tristemente

"qué ingrato sueño se destroza en mi ventana"

y se haya despedido

para siempre.

 

 

moya

morón/l975

 

 





































































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