martes, 24 de febrero de 2015

OTRO MUERTO SOLO QUE SE VA


Se murió en Morón. El hijo lo anuncia en Facebook Se ve una foto de el joven y el viejo. El hijo vive en algún lugar de Michigan. El muerto murió en Morón, una ciudad de Cuba.

Los últimos atardeceres del moribundo, cuando aun tenía discernimiento ese humano que se despedía, ¿de quién se despidió, quién le sostuvo la mano, ante cuáles ojos vio la sombra de la tarde, qué voz querida le dio aliento y consuelo?

En un asilo de Madrid, doña Carmencita,  la viuda de Rodrigo,  viejita, mínima de cuerpo,  espera que se caliente su taza de leche. Pone la taza en el plato. Sumerge la cucharilla en la leche. La viejita camina lentamente hasta la mesa. Tintinea la taza sobre el platillo, es el temblor inevitable de los ochenta años.

 Hace mas de un mes no sabe nada de Isabel. Hace treinta y dos años Isabel se fue a Manchester. Ella vive con su marido y sus hijos, allá en el mundo de los Ingleses. La viejita no puede hablar con los nietos. Ella no sabe inglés.

Yamila  hace doce años que no ve a su hermano. El hermano vive en América del Sur, pero sueña todos los días con Europa. Sufre la  pandemia del contracolonialismo. Son hermanos desconocidos mutuamente, ambos inclusive. El hermano de Yamila  construye cada día la soledad de su futuro.

El Señor Hernández tiene noventa y dos años y un bastón. Es viudo. Su hija murió de cáncer en Colombia, allá por Barranquilla, el nunca estuvo en ese lugar tan remoto.  El  hijo varón del Señor Hernández vive en Orlando.

El viejo Señor Hernández se apoya en el bastón, camina, se aleja despacio. Veo la costura de hilo blanco en la camisa verde. Veo la mancha oscura en el pantalón. El Señor Hernández se aleja tan lentamente que puedo ver su alma,  oler su soledad.

Hay un Hogar de Ancianos en la barriada de La Víbora,  por la calle Juan Delgado.  Viven allí sesenta y tres hombres y mujeres viejos.  La Directora quería tener una reunión con los familiares de sus pacientes y citó para un domingo de Mayo.

Llorando me cuenta que asistieron seis familiares de cuatro viejos. Me lo dice, mejor, me lo clava en el pecho esa mulata distinguida mientras llora.

Escucho la cifra de familiares asistentes  al encuentro con la mujer que cuida a las madres, a los padres, a los abuelos, a los tíos de esos hijos de puta que no asistieron.


No hay que ser un demiurgo, un visionario, una sibila, un chamán, para vaticinar que seguirán muriendo solos,  los que dejaron morir en soledad, a aquellos otros que fueron sus viejos y que, a su vez, dejaron morir abandonados a otros viejos y así, hasta el principio de los días.


La soledad y las cucarachas sobrevivirán al próximo seguro holocausto de la humanidad. Nadie llorará de tristeza. Será una prueba tremenda para los pobres animalitos. A lo largo de la historia han demostrado ser muy gregarios.




moya

valencia

2015























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